Un día en el bosque

Me llamo Alaitz y soy responsable, amable y generosa.

Tengo los ojos de color marrón, el pelo negro y tengo una piel más o menos clara.

Aparte de ser tan buena, a veces me enfado. Pero me enfado como una bestia.

Bueno, esta historia no es real. Solamente es una fantasía.

Un día, pasaba por el bosque, me encontré a un koala. Un koala muy bonito. Era gris y blanco, tenía dos ojos grandes, de color azul claro. También le vi que tenía una nariz negra. Estaba algo asustado e intenté calmarlo, pero se me escapó. Tuve que buscarle por todo el árbol, hasta en los matorrales. Al final, fui a ver a un gran árbol lleno de flores silvestres. Era precioso y al fin encontré al koala. Era especial, pero que muy especial. Estaba quieto con los ojos extrañados, como si nunca hubiera visto a alguien como yo. Entonces pensé “Es el momento oportuno para decirle quien soy yo” y al momento le dije:

–          Mira koalita, sé que estás asustado, pero no te preocupes –le dije- y me describía mí misma. Soy Alaitz, tengo ocho años y… tengo el pelo negro…

El koala se tranquilizó y le dije también que fuera mi amigo. Mira por donde afirmó con la cabeza como diciendo ¡si, si quiero!

Bueno, y eso no es todo porque antes de que me lo prensara tres veces me había perdido.

–          Porras, porras y más porras ¿cómo no me di cuenta?

Seguro que me he entretenido demasiado ¡Vaya por Dios! Que problema y se estaba haciendo de noche. Me tumbé en el árbol sobre unas hojas y me dormí pronto.

A la mañana, me levanté muy tarde porque tenía mucho sueño.

Os diré que estuve explorando el bosque y fue superfantástico. El bosque era muy grande como para perderse, como yo. Venga, os contaré más, el bosque tenía unos árboles preciosos con sus propias hojas. Tenía animales, plantas carnívoras, rosales, bichos… etc. y por supuesto había comida: plátanos y otras frutas que me encontré.

Lo que vi fue estupendo, pero no voy a contar todo porque aquí viene lo peor. Estaba sentada en un tronco comiendo con mi amigo cuando algo se movió entre las plantas y…

–          ¡Ah! ¿Qué es eso? ¿Acaso una rata?

Pues era verdad y me resultó fea y mala. Parecía que venía de la guerra porque estaba sucia y despeinada. Nos miró como para decir que nos iban a matar.

Algo fue así, como lo dije, pero cambió. Llamó a más ratas y ordenó que nos ataran junto a un árbol sin hojas. Fue el peor momento de mi vida. Pero me di una oportunidad. Pensé y le miré a mi amigo el koala. Llevaba unas uñas larguísimas. Entonces me di cuenta de todo y cogí la mano de mi koala y corté la cuerda. Hice unos muñecos para hacer de nosotros.

Ahora era lo importante. Teníamos que salir sigilosamente sin que nadie nos vea. Lo que pasó es que vi que iban a talar el último árbol y llena de tristeza salí corriendo y le di un buen porrazo a la rata, que la mandé hasta la luna. Pero las ratas se pusieron enfurruñadas. Yo luché y luché hasta dejarlas muertas.

Total que no me quedó más remedio que llamar a la policía.

–          Sí, sí, dígame. ¿Que han talado árboles? Vamos enseguida –colgó y vino en tres minutos.

Le contamos lo que había pasado en el bosque y, decidieron poner un cartel que decía “Prohibido talar árboles”

Al medio día y sin prisas, montamos una gran fiesta por salvar al bosque y a otros animales. Nos quedamos todos en la fiesta hasta la noche porque tenía que irme a mi casa. Me despedí de todos y prometí volver otro día para estar con ellos.

bosque

Alaitz Azcona —3º A