Es julio de 1984 y los hermanos Fermín, Javier e Iranzu han acabado el curso con buenas notas.
Fermín va a sexto, Javier a cuarto e Iranzu a tercero.
Comienzan sus vacaciones y se van a casa de su abuela, a Yesa. Al principio, Fermín no quería ir, pero su madre le convenció.
Llega el esperado día. Iranzu se despierta y dice:
¡Al fin es diez de julio!
Poco después, se despiertan Fermín y Javier. A las dos salen en coche hacia Yesa. A las tres y media llegan a su destino. La abuela les está esperando y dice:
– ¡Ya era hora de que llegarais!
Javier le dice:
– Lo sentimos, hemos salido un poco tarde.
Los tres hermanos deshacen sus maletas y se van a pasear por Yesa.
Al día siguiente Javier comenta a los demás:
– ¿Qué tal si vamos a Leyre?
Todos asintieron, prepararon sus mochilas y salieron. Llevaban una hora andando y todos pensaban que se habían perdido. De pronto, apareció un monje qu eles dijo:
– ¿Queréis venir al monasterio? Parecéis hambrientos. Mi nombre es Fray Domínguez.
Tras una breve caminata, llegaron al monasterio donde comieron. Fray Domínguez, después de acompañarlos, les dejó solos en la cripta. Fermín exclamó:
– ¡Todas las columnas hablan del monasterio pero una no!
Irantzu tocó el árbol que estaba grabado en la columna y un pasadizo se abrió. Los tres hermanos, que tenían linternas, recorrieron el pasadizo hasta llegar a una gran sala. Esta tenía dos grandes estatuas de piedra y en el centro un cofre. Al coger el cofre Fermín exclamó:
– ¡La cueva empieza a derrumbarse!
Todos salieron corriendo. Fermín llevaba el cofre. Al fondo divisaron una luz y salieron de la gruta por los pelos. Javier dijo:
– ¡Hemos bajado de Leyre a Yesa!
Estaba anocheciendo y antes de dormir, se juntaron en el cuarto de los chicos y con ayuda de algunas herramientas abrieron el cofre.
Dentro de éste había varias cosas: un cuaderno, unas cartas, un pergamino… Miraron el cuaderno y las cartas pero no había nada importante.
Al final Javier leyó y dijo:
– Es un mapa e indica que cerca del monasterio hay un pasadizo, varias salas y al final pone “ruiseñor dorado”
-¡Mañana iremos a explorar! –dijo Irantzu.
Nada más amanecer, salieron hacia Leyre, con sus palas. Irantzu vio un árbol que se parecía al de la columna del monasterio. Cavaron allí y tras cavar un cuarto de hora, descubrieron unas escaleras de madera. Acto seguido entraron en la primera sala. Había varios esqueletos de obreros y bichos de todas clases. Irantzu se asustó un poco al verlos pero Fermín la tranquilizó.
Más tarde un perro marrón y bastante grande entró y dijo:
– Soy Day, Fran Domínguez me ha enviado.
Los tres niños se quedaron sorprendidos.
Detrás de Day entró un caballero con una armadura, un casco, un escudo y una espada. Al poco rato, salió con un pergamino. Los cuatro le siguieron hasta que salió Fermín y exclamó:
– ¡Hemos viajado a la edad media!
Los niños y Day vieron que el caballero entregaba el pergamino a otro hombre. A éste, al poco rato se le voló, cayendo en manos de los niños. Irantzu lo cogió y leyó:
“año 1085. El rey Sancho Ramírez incorpora a Leyre las propiedades y monasterios de Igal, Urdaspal y Roncal, así como otros bienes”
El caballero corrió para coger el pergamino pero los niños se ocultaron en las grutas. Ante ellos una puerta se abrió y Fermín exclamó:
– ¡El tesoro, lo hemos encontrado!
El tesoro era un ruiseñor dorado, con ojos de esmeralda y una gran cantidad de oro. Estaban tan contentos que no vieron a un enorme monstruo de dos cabezas; pero Day se lanzó contra él y mordiéndole su pie hizo que el monstruo se cayera y se quedara inconsciente. Entonces ls niños aprovecharon para salir con todo lo que podían.
De pronto, el ruiseñor dorado se elevó y cantó. Irantzu exclamó admirada:
– ¡Hemos vuelto a 1984!
Se lo contaron todo a Fray Domínguez. Éste les dijo:
– Ha sido el ruiseñor del abad Virila quien os ha traído hasta aquí.
Para los tres hermanos fueron las mejores vacaciones de sus vidas.
David Fernández —5º B
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